Había una vez en un pequeño pueblo, un niño llamado Joaquín que vivía junto a su abuela. Un día, mientras jugaba en el jardín, encontró un extraño guijarro. El guijarro brillaba con una luz azul y tenía un curioso grabado en forma de güiño.
Intrigado, Joaquín llevó el guijarro a su abuela y le preguntó qué podría ser. La abuela le contó una vieja leyenda sobre un guijarro mágico que concedía deseos, pero solo si se decía la palabra correcta. Sin embargo, la abuela no recordaba la palabra.
Esa noche, Joaquín se quedó despierto pensando en el guijarro. De repente, escuchó un susurro: «Güijarro, güijarro». Se levantó de la cama y vio que el guijarro brillaba más que nunca.
Joaquín decidió probar su suerte. Sostuvo el guijarro y dijo en voz alta: «¡Güijarro mágico, concede mi deseo!» De repente, el guijarro comenzó a temblar y una nube de humo lo envolvió.
Cuando el humo se disipó, Joaquín se encontró en un bosque oscuro. Escuchó un crujido y vio a un búho posado en una rama. «Soy el guardián del guijarro», dijo el búho. «Para que tu deseo se haga realidad, debes resolver un enigma.»
El búho le planteó a Joaquín una pregunta: «¿Qué es lo que se mueve sin alas, camina sin pies y silba sin boca?» Joaquín pensó y pensó hasta que finalmente respondió: «¡El viento!»
El búho asintió y el guijarro brilló una vez más. Joaquín cerró los ojos y, al abrirlos, estaba de vuelta en su jardín. Pero algo había cambiado. El jardín estaba lleno de flores de todos los colores y su abuela sonreía, más feliz que nunca.
Desde ese día, Joaquín y su abuela vivieron felices, siempre agradecidos por el guijarro mágico y su misterioso guardián. Y así, cada noche, Joaquín miraba el guijarro y recordaba la increíble aventura que vivió.