En un pequeño pueblo rodeado de un espeso bosque, vivía un niño llamado Lucas. Lucas tenía siete años y era muy curioso, siempre buscando nuevas aventuras. Un día, mientras jugaba cerca del bosque con su perrito Max, escuchó un extraño ruido entre los árboles.
“Max, ¿qué fue eso?” preguntó Lucas, con un poco de miedo, pero también mucha curiosidad.
Max ladró y corrió hacia el sonido. Lucas, sin pensarlo dos veces, lo siguió. Se adentraron en el bosque hasta llegar a un claro donde encontraron una vieja cabaña que nunca antes había visto. La puerta estaba entreabierta, y adentro se escuchaban ruidos extraños.
Con el corazón latiendo rápido, Lucas empujó la puerta lentamente. Dentro, todo estaba oscuro y polvoriento. De repente, algo se movió en la esquina. Lucas encendió su linterna y vio a una figura encorvada. Era un zombie, pero no como los que había visto en las películas. Este zombie parecía asustado y estaba llorando.
“Hola, ¿estás bien?” preguntó Lucas, acercándose con cuidado.
El zombie levantó la cabeza y, para sorpresa de Lucas, comenzó a hablar. “No quiero asustarte, niño. Me llamo Tom, y solía ser un habitante de este pueblo. Un hechizo me convirtió en zombie, y ahora estoy atrapado aquí.”
Lucas sintió pena por Tom y decidió ayudarlo. “No te preocupes, Tom. Voy a encontrar la manera de romper ese hechizo.”
Juntos, Lucas, Max y Tom buscaron pistas en la cabaña. Encontraron un viejo libro de hechizos que hablaba de un amuleto mágico escondido en el corazón del bosque. Decidieron emprender la búsqueda.
El bosque se volvió más oscuro y espeluznante a medida que avanzaban, pero Lucas no se dio por vencido. Max guiaba el camino con su agudo sentido del olfato. Finalmente, encontraron una cueva oculta entre las rocas. Dentro, brillaba un pequeño amuleto dorado.
Lucas lo tomó y regresaron rápidamente a la cabaña. Con el amuleto en mano, leyó las palabras mágicas del libro de hechizos. Un destello de luz envolvió a Tom, y poco a poco, su apariencia de zombie desapareció, convirtiéndose nuevamente en un hombre.
“¡Gracias, Lucas! ¡Me has salvado!” dijo Tom, con lágrimas de alegría en los ojos.
Lucas sonrió, contento de haber ayudado a su nuevo amigo. Desde ese día, Tom y Lucas se convirtieron en grandes amigos, y juntos, vivieron muchas más aventuras en el bosque encantado, siempre listos para enfrentar cualquier misterio que se les presentara.